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viernes, 5 de septiembre de 2014

Diario (57)

   5 de septiembre, 2014.

   La semana pasada terminé de leer "El dinero", de Zola. El título es bastante elocuente: trata de chanchullos financieros, de la especulación y sus letras de pago y letrinas de pega. Está, además, inspirado en un hecho real: el hundimiento de la Unión Générale, una casa de crédito de corta pero intensa duración, creada en 1875 y quebrada en 1882 después de cuatro años de ascensos ininterrumpidos en su cotización. En principio pretendía ser un banco católico sólido y con poder económico suficiente para competir con la sempiterna banca judía, y durante un tiempo casi lo consigue, aunque desde luego no todo era trigo limpio - en realidad nada - y aquel becerro de oro acabó yéndose a pique y arrastrando consigo a la Bolsa de París cuando se descubrió que el precio de las acciones estaba más inflado que el globo de Miguel Ángel Rodríguez.

   Zola tenía un ojo clínico, y hasta cínico a veces. Miraba la realidad como un cirujano que va a operar en ella, con paciencia y sin apenas concesiones, y de ahí que sus libros no sólo sean un fiel reflejo de lo que pasaba entonces, sino casi casi de la actualidad. En "La taberna" hizo un estudio brillante sobre la dipsomanía y la personalidad de un alcohólico mucho antes de que la medicina se ocupase siquiera del asunto. Sin copiar de ningún manual, vamos, sólo de personajes y acontecimientos cotidianos que analizaba con su fina mirada y un cerebro bien amueblado. Fue, sin duda, uno de los grandes del XIX, y si acaso la única crítica posible, si es que lo es, fue la que le hizo Pla, otro observador contundente: "lo malo del naturalismo es que es verdad". (La cita es de memoria, puede que dijese "lo peor del naturalismo" o algo así).

   El retrato de los capitalistas y sus tenderetes de ficción parece casi fotográfico. No falta ni el periódico allegado. El protagonista, Saccard, es una de las primeras cosas que hace cuando decide dar el pelotazo: comprarse un pequeño diario ultracatólico para reflotarlo y que le sirva como arma ofensiva o bien de pantalla para sus espejismos. Lo que hoy se llama "generar opinión", y en román paladino "comer la bola". Si se estudiasen las fuentes de financiación de la mayoría de las gacetas ("urraquillas", siguiendo la etimología de Unamuno) creo que se llegaría a la conclusión de que las noticias las siguen pagando en última instancia, y con insistencia, individuos o corporaciones del mismo pelaje. No pienso que sea ningún secreto a estas alturas; la opción es ésa o que en la Facultad de Periodismo pongan tripis en la máquina de café. Ahora los telediarios y demás ya son directamente como una teletienda, donde se anuncian pasarelas, espás, saraos o la última moda en misiles de largo alcance, demostrando su eficacia con imágenes exclusivas. Y en la sección de economía, por supuesto, las mejores tendencias; bueno, las únicas en realidad. Las más inteligentes, claro que sí, hasta que de pronto aparecen las quiebras y las crisis súbitas y los doctores con cara de pez abisal avisando a toro pasado del cataclismo y ofreciendo de paso sus fórmulas contra la depresión, financiera o psicológica. Como si acabase de suceder lo nunca visto...


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