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lunes, 2 de junio de 2014

Diario (49)

2 de junio, 2014.

   Nueva visita al Registro Civil. En el viaje en metro nos acompañaba una abollada vociferando por todo el vagón sus opiniones sobre los políticos, o cantando extrañas canciones sobre Don Quijote, según. Su mente funcionaba a intervalos irregulares. En estos tiempos no me parece verosímil que alguien pueda volverse majara leyendo viejas novelas de caballería, entre otras cosas porque apenas se venden, o sólo en esas ediciones eruditas que casi nadie compra; aunque con la prensa no sé yo... a más de uno se le escucha a veces repetir lo que pone allí, copiosos por decirlo con suavidad y con una exactitud matemática además, sin saltarse un punto. Bien pensado es un fenómeno bastante semejante. Se informa de cuál es la actitud y sobre todo la opinión correcta que debe de tener un genuino caballero y acto seguido toda la pila de andantes la reproducen de manera textual a la menor ocasión: en las charlas de oficina, en las cafeterías y sobremesas, viajando en los transportes públicos...  Muchas veces escuchas a un tertuliano soltar un argumento por la noche y al día siguiente te encuentras ochenta émulos reproduciéndolo con una precisión pasmosa, de carrerilla, levantando el índice como si fuese una lanza amenazadora para luchar contra los mismos molinos o ser los más molones. Haciendo aspavientos y todo, con unas ventoleras de miedo y tengo para mí que convencidos de ser unos expertos en la materia. Dispuestos a desfacer el entuerto que toque o enfrentarse en singular combate con cualquiera que ponga en duda sus razones. Regodeándose en el asunto como auténticas regaderas, vamos.

   Nada más español que el quijotismo, eso está claro. La mítica envida quizá, aunque ésta no deja de ser otra aspiración mimética, otro anhelo, más degenerado y verdoso si se quiere, de ser como. El español quiere ser como: como un caballero, como un europeo, como una marca comercial... Y tiene mecanismos para interiorizarlo del todo, para creérselo hasta la esquizofrenia. Sin filtros, como los antiguos celtas; lo escucha o lo lee y pasa de inmediato a formar parte de su imaginario, de sus visiones y sobre todo sus misiones. En todo este deliro imitativo está, por supuesto, el español que quiere ser como un español: el ejemplar posiblemente más rebuscado y patológico. Hay hasta libros escritos sobre el tema, pero no de psiquiatría, sino de españolidad para neófitos, para españoles que aún no lo son lo suficiente y quieren progresar, alcanzar cotas mayores o ponerse ya la cota de malla en el nivel superior y salir a enderezar los desaguisados de la fantasía... Orgullosos y valientes en su rocín flaco.

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