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viernes, 30 de mayo de 2014

Diario (48)

30 de mayo, 2014.

   Mañana en el Registro Civil. Llegamos un cuarto de hora antes de la apertura, para agilizar en lo posible los trámites, aunque la cola ya es considerable. Casi a nuestra altura dos municipales hablan con un tipo de bandolera al hombro; comprueban con desgana un cargamento de folletos que lleva. Bueno, un registro civil, al menos en este caso ya lo advierte el cartel. Después de un par de minutos examinando las octavillas uno de los agentes chasquea la lengua con fastidio, suelta un pequeño suspiro de resignación y le autoriza: "Está bien... Pero no grite mucho, por favor...".  El menda se mosquea ligeramente, subiendo un poco el volumen de la charla: "¡Yo nunca grito!". Se nota que tiene un potente chorro de voz, de tenor al que te gustaría detener, y de hecho se pone a pegar berridos en cuanto el coche patrulla desaparece: "¡¡¡SANAAA!!!... ¡¡¡SALVAAA!!!... ¡¡¡EL CASTIGO DEL PECADO ES LA MUERTEEE!!!...". Así, una y otra vez,  recorriendo a voces toda la fila siempre con el mismo mantra, como si fuese un disco rayado. Va repartiendo los papeles, y a quienes los rechazamos nos mira con una especie de furia bíblica, como si quisiese fulminarnos con un rayo carbonizador el cabronazo. Y venga de nuevo: "¡¡¡SANAAA!!!... ¡¡¡SALVAAA!!!...", taladrándonos a todos con sus alaridos. En la puerta del Registro Civil, insisto, antes de la hora de apertura... Como si estuviésemos en Gomorra o acabase de fumársela toda el fulano.

   A continuación pasa otro más discreto, entregando esta vez publicidad de préstamos inmediatos. Desde cierto punto de vista parece un orden lógico: pídele primero el dinero a Jesús, y si te falla al usurero. Todo legal, no lo dudo, aunque hay veces que tiene uno la sensación de que hay cientos, miles de personas cada día intentando estafarte a la jeta, tratando de que aceptes no sé qué compromisos para sacarte hasta el alma, y ante los que técnicamente no se puede ni rechistar, porque estarías ofendiendo su libertad religiosa o empresarial o su honor o lo que sea... Es un poco alucinante. Sobre todo los que van con traje y tal y pretenden a toda costa que firmes un papel. Muy solícitos, unos soles los tíos, pero como te descuides se te meten hasta la cocina, invaden tu puta casa y como pillen sola a la abuela le tangan los ahorros, la pensión y lo que dé de sí el producto financiero, con dos cojones. Y están entrenados para hacerlo encima; reciben cursillos donde les enseñan a sorberle la chola al personal y toda clase de tácticas para conseguir que cedan aunque no lo deseen, para ir conduciéndoles a su terreno si ven a la presa indecisa o, sobre todo, desprevenida y moldeable. Es así, nadie lo duda y todo el mundo lo ha experimentado, pero resulta que ésta es la libertad más sagrada que existe a día de hoy: la de engañar con falsas promesas, la de manipular, la de timar la pasta si se hace con la identificación pertinente, buenos modales y sin armar demasiado escándalo. O la única, al menos, que yo he visto respetar a la policía sin excepciones, a cualquier hora y en cualquier lugar o circunstancia. Tragando vaciles y hasta saliva.

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