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martes, 27 de mayo de 2014

Diario (47)

28 de mayo, 2014.

   Hace tiempo me contaron la historia (real) de una mina en Quirós. Era la época en que se trabajaba a destajo, cobrando por horas, y sólo el capataz usaba reloj. Ocurrió que uno de los mineros, que debía de tener algunos duros ahorrados, pudo permitirse hacer una escapada a Oviedo (entonces era un viaje largo y no había demasiados días libres) y se compró uno de esos de cadena que hoy son prácticamente material arqueológico, pero que por aquellos días eran el colmo de la modernidad. Lo que vino después es casi previsible: con otro reloj para contrastar, se dieron cuenta de que el patrón les estafaba con el tiempo, cosa que seguramente se olían pero que hasta ese momento no habían podido calcular con la misma precisión. Y no porque fuesen más tontos, claro está, sino porque carecían de la herramienta necesaria. Desde los sacerdotes pirados de las pirámides, y puede que mucho antes, siempre ha sido en realidad la misma historia.

   La trampa es hacer creer a la gente que sólo una determinada casta posee los mecanismos para medir y hacer las previsiones correctas. Ya sean calendarios para las cosechas o un máster en análisis de mercados el terror es siempre que esa casta o los dioses a los que representa se enfaden por nuestras infundadas exigencias de justicia y nos dejen a merced del caos, de la escasez más absoluta. Hay que consentirles, porque de lo contrario padeceremos su ira, cambiarán los ciclos de la luna o el capital de las inversiones se esfumará a las islas secretas de los caimanes para no volver jamás. ¡Cuidado con lo que hacéis! Muchos diarios ya lo están advirtiendo, fulanos con su cucurucho estrellado en la cabeza o su birrete de licenciado en economía: no toquéis la estructura que os hemos otorgado porque de lo contrario todo se derrumbará y sufriréis la miseria. Confiad en la superioridad intelectual de Cañete y compañías. Ellos os traerán lo nunca visto: el contrato laboral por horas y un hechicero con maracas de coco (qué miedo) incluido en el seguro.

   El poder no es otra cosa que poseer las claves para sembrar el pánico. Sin ese interruptor en sus manos es seguro que ninguno de nuestros actuales gobernantes estaría donde está. Pero tienen esa baza, y por supuesto la juegan, cada día oímos amenazas de lo que pasaría si tomásemos las riendas y sobre todo si se las quitásemos a ellos. Nadie con dos dedos de frente duda de su mediocridad y de que sus fines jamás son diferentes, si acaso y como mucho diferidos. Aunque lo triste es que en gran medida funciona. Como un reloj.



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