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jueves, 10 de abril de 2014

Diario (34)

10 de abril, 2014.

   Leyendo la Vida de Miguel Ángel, de Papini. Una biografía amena y humana, erudita pero sin abrumar. Es evidente, hasta la wikipedia lo dice, que el autor se conocía al dedillo el Renacimiento italiano, pero es más una obra escrita con devoción y hasta amor que un libro de texto o una tesis. Hay numerosas anécdotas y, en cambio, pocos datos digamos académicos, técnicos o demasiado sesudos en el peor sentido. Alguno que yo me sé suspendería al autor por ser excesivamente vago - impreciso en sus análisis o incluso imaginativo quiero decir, porque la documentación es abundante -  pero desde luego es la clase de trabajo que yo prefiero sobre los clásicos mamotretos de doctorado; ladrillos que aburren a las piedras, cuando no auténticos ladridos defendiendo no se sabe muy bien qué. La objetividad, dicen, o el rigor. Igual que los muertos, vamos.

   Cuenta el autor que el genial Buonarroti participó en su día en un fraude, aconsejado, cómo no, por un banquero - si mal no recuerdo un tal Lorenzo entroncado con los Médicis, aunque no el famoso. Conchabado es la palabra. Antes de ser célebre, tanto como llegó a serlo, había esculpido un Cupido y se lo endosaron a un obispo o un cardenal asegurando que era antiguo, del siglo anterior. Una pieza encontrada por casualidad entre matojos. Vaya con el Divino. Supongo que no es la historia que suelen relatar los guías del museo, y en realidad Miguel Ángel no estaba ni de lejos convencido del chanchullo, orgulloso como era y estaba de sus trabajos. Aunque el hecho es que, a regañadientes, accedió, y la venta llegó a consumarse, si bien alguien advirtió posteriormente a Su Eminencia del embuste, y el trato se deshizo. Mal negocio al final, teniendo en cuenta quién había cincelado el angelote. Pero qué iba a saber un párroco rico de la gloria futura...

   Hace un tiempo leí un libro titulado "Escritores delincuentes", y había tantos candidatos a figurar que el autor tuvo que hacer una selección muy estricta por la imposibilidad de incluirlos a todos. Faltaban incluso algunos muy ilustres, como el Marqués de Sade, que era un pájaro de cuidado además de un pajero peligroso. Podía encontrarse de todo: asesinos, timadores, mangantes... una tropa atrapada al final, que era una de las condiciones para entrar en la lista - y en el talego, como es natural. Algunos incluso habían exagerado sus delitos. Chester Himes por ejemplo, que pagó por un robo en el que en verdad se había llevado una cantidad ridícula, me parece que unos doscientos dólares o algo así. Pero en fin, digamos que su pigmentación no ayudó con el jurado, y le cayó la del pulpo, cárcel a dolor, así que siempre contaba que el golpe había sido mucho mayor. Entre rejas escribió "Por el pasado, llorarás", una historia de amor carcelario que por supuesto tardó en salir más incluso que los protagonistas, y que tuve en su día en una elegante edición que tristemente vendí a un pirata de la segunda mano. Ahora mismo sólo tengo seis novelas de la serie de Ataúd y Sepulturero, dos volúmenes de esos tan apañados que editaba Orbis. Fueron las que le hicieron famoso, y curiosamente las que escribió sólo por encargo, a toda leche y por salir del apuro. Con las "serias" no se había comido un rosco, pero con ésas despegó. Qué cosas... Al final yo diría que de la gloria futura nadie sabe una mierda, y puede que ni siquiera de la presente. Es un poco como la objetividad, que no sirve de mucho buscarla, ni aun predicarla como si fuese un evangelio. Viene y se pira a su aire, y ni siquiera entonces se sabe muy bien si es absolutamente real o sólo una ilusión. Que es, en mi humilde opinión, lo más probable.

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