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martes, 18 de marzo de 2014

Diario (30)

18 de marzo, 2014.

   Ana, la bibliotecaria, fue a recogernos a la estación de Lérida, y en menos de media hora ya estábamos en Fraga, que es municipio fronterizo. El primer lugar al que nos llevó fue al castell - que no traduzco por "castillo" porque no lo era -, un mirador desde donde había unas vistas precisas y preciosas de toda la población. También de un enorme cerdo vietnamita, cebadísimo, que estaba en un corral cercano, por ahí revolcándose y fozando a su aire. Parecía una especie de gran hamburguesa burguesa. Se ve que les iban los animales exóticos. En uno de los trayectos en coche llegamos a ver un dromedario en el césped de una casa mientras pasábamos, cosa que de entrada nos dejó un tanto confusos hasta que pudimos confirmarlo. Pero sí, no se trataba de un espejismo, allí lo tenían, para poblar el desierto de los Monegros quizá. Seguro que más de un turista se llevó una sorpresa desagradable al preguntar por un camello para pillar. Nos explicamos la procedencia aragonesa de Buñuel, preguntándonos si acaso lo suyo no era surrealismo en el fondo, sino simples retratos costumbristas.

   El recital estuvo muy bien. Fraga, con unos 15.000 habitantes, tiene cuatro bibliotecas. Una proporción importante. También un ciclo de poesía semanal, que mantienen desde hace años, unos cuantos, con el público local suficiente como para seguir haciendo el esfuerzo. Si tuviese sombrero me lo quitaría. El auditorio de allí estaba casi lleno, y no eran figurantes, sólo vecinos que se acercaban a escuchar poesía porque les gustaba hacerlo. Sin más explicaciones retorcidas ni paripés. Sentarse en un sitio con buena sonoridad, en una cómoda butaca, y disfrutar de palabras con sentido, con belleza y bien recitadas. Sin palomitas ni gente sorbiendo pajas de refresco. No es nada extraño. En la Grecia clásica ya se hacía, y hay hasta textos que se conservan como tesoros. Grandes empresas que perduran, éstas sí, y más a veces que las ciudades donde transcurrieron, por muchos muros inexpugnables y héroes dispuestos a morir rajados en la arena que tuviesen. Si se recuerdan sus nombres y hasta los hechos de sus dioses es sólo gracias a versos, a duras tablillas, papiros y grabados. A sociedades que creían que invertir medios y esfuerzo con ese fin no era deficitario o improductivo, sino un cotizado lujo, un placer hasta para los más tirados y tiranos. Sólo necesitaban un diván, unas libaciones, y a escuchar odiseas, grandes viajes en la voz de los aedos. Los monarcas más poderosos no cenaban sin su ración. Nada de tertulias ramplonas, ¡ostracismo total a las cuitas de marujas y marhuendas!... A ése me gustaría verle explicando lo que es la razón al Rey de Creta y sus decretos. Se iba a poner tocho remando el menda.

   Nos contó una señora de allí, tomando algo después, que cuando su padre se estaba muriendo lo único que quería era escuchar poemas. Que ella se los leía junto a la cama, despacio, las Coplas de Jorge Manrique y cosas así. Lo que él pedía. A algunos del hospital no les parecía muy buena idea. Consideraban preferibles las milongas del tipo ¡pero si estás muy bien! a la ayuda para morir conscientemente y en paz. Por lo visto otro paciente le dijo a una enfermera: "Por favor, dígale a mi familia lo que me pasa porque se creen que soy gilipollas...". Llegaban como a una piñata. Su marido, un médico, estaba convencido de que cuanto mayor es el individualismo en una sociedad con menos naturalidad se acepta la muerte. Que el estar desvinculado de todo es, paradójicamente, peor para hacerse a la idea de abandonarlo. Claro, para un individualista nada es más preciado que su propia vida, ninguna idea, ninguna pasión. En cambio las personas más convencidas de pertenecer a una colectividad, a una especie de destino común, no lo ven tanto como un final a veces, sino como una especie de peaje y hasta de viaje de ida y vuelta. Sienten que no se irán del todo. Que serán recordados, o respetados al menos, así como sus buenos hechos y sus palabras bien dichas. Conscientemente y en paz. Y sin milongas.
     
 

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