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jueves, 6 de marzo de 2014

Diario (28)

7 de marzo, 2014.

   Ayer se confirmó la muerte de Panero, Leopoldo María. El enfant fatale. Un poeta, a mi entender, un tanto irregular en sus trabajos, aunque inmenso cuando estaba en vena. Un auténtico fenómeno.

   Hace ya unos cuantos años leí un artículo sobre él en una revista literaria, una de esas que se hacen con mucha ilusión y pocos medios, y también - creo - de corta vida. Habían conseguido un permiso para entrevistarle, y narraban la peripecia. Fueron a por él al manicomio, no sé si al de Mondragón o a otro, y explicaban que, antes de dejarles la custodia, porque estaba condicionada, el psiquiatra les advirtió: "No le llevéis a San Sebastián". Muy seriamente por lo visto, aunque tengo que para mí que eso viene de serie con el trabajo. Hay casos en los que es la profesión la que va por dentro, o el procesamiento incluso. De todo en la viña del Señor. El caso es que montaron en el coche y después de unos minutos de presentaciones y tal le preguntaron que adónde quería ir. "A San Sebastián...", les dijo. Menudo miedo. Le explicaron que no podía ser, que se lo habían prohibido, y entonces me parece que eligió un pub que había por ahí en cualquier otro sitio. No recuerdo. Charlaron un rato, tomándose un par de copas, y poco a poco a los chavales empezó a entrarles mucho sueño. Se estaban yendo pero bien, y de hecho al final se quedaron como morsas amorosas, fritos en el sofá del garito, o al menos eso relataban. Sospechaban que alguien les había echado droja en la cocacola, o quizá era una excusa para calmar al psiquiatra de amarras, porque el hecho es que Panero desapareció hasta que lo cazaron varios días después armándola muy gorda en San Sebastián. No había entrevista en la publicación... ni falta que hacía. Yo creo que ya estaba bastante clara la poética del tío y sus técnicas, y lo que pensaba de la literatura contemporánea y de la vida en general. El suyo era un caso de extraña coherencia; había que buscarla un poco con lupa, sí, pero coherencia después de todo: entre lo que decía y lo que hacía, entre lo que sentía y lo que escribía. Algo muy poco común. Acostumbrados al embuste sistemático en todos los medios y lugares es algo que distorsiona, que puede perfectamente confundirse con algún tipo de enajenación grave, y que a lo mejor hasta lo es. Pero yo me quedo con algo que dijo una vez en la tele: "Todos vosotros estáis locos también...", así entre sus tics habituales y con una especie de sonrisa maliciosa. Con dos cojones. Nadie tuvo narices para negarlo.    

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