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lunes, 24 de febrero de 2014

Diario (25)

24 de febrero, 2014.

   Ayer fuimos a un "cocido poético" en Vergüenza Ajena. Más que poético parecía un cocido en recia prosa, una garbanzada Camilo José Cela, tremendista, hasta el punto de que sobró como para un regimiento o una monarquía incluso. La idea era que, después de comer, quienes quisiesen podían recitar un par de poemas, y los más votados podían irse sin pagar, si es que lograban levantarse de la silla. Ganó Diego, del que recuerdo un verso muy bueno: "Tengo flores con el agua hasta el cuello". A mí me asaltó una sensación similar, solo que con el tocino. 

   En la sobremesa Roberto nos preguntó si creíamos preferible que un poeta cambiase de estilo en cada libro, o sea, que se arriesgase a innovar, o bien que permaneciese anclado siempre en la misma voz. Por mi parte ni idea; la verdad es que de todo hay en poética, igual que en botica, y yo diría que la eficacia a corto plazo de un libro no depende de la dimensión del experimento ni del manto de la experiencia, sino de la mano que tenga tu editor con las librerías o los jurados de los premios, que una cosa es un almuerzo entre amigos y otra muy distinta quince mil euros o más. En muchos casos decide un juez de lo penal, así que tal vez habría que preguntarles a ellos cuando estén menos ocupados con la política. Hasta donde yo sé, desde el punto de vista formal, creo que depende de los artículos del código, no de la profusión de adverbios terminados en -mente como muchos afirman. Pero bueno, todo esto a corto plazo como decía. A largo plazo se complica todavía más. Ya hay que saber escribir bien y la hostia, construir una obra de indiscutible calidad y que encima perdure sin perder. Está jodida la cosa. Lo más sensato, me parece, es hacer lo que te pida el cuerpo, porque pasta no la vas ni a oler, y no digamos ya la gloria. Meter las narices en la inmortalidad es lo mismo que hacerlo en las nubes o en una compresa con alas: no distingues. La mayoría de los grandes autores eran pobres personas que solo trabajaban con empeño, poniendo cuidado y devoción en lo que hacían, y aunque suene sensiblero mucho amor por algo que no sabría muy bien cómo calificar. Por algo que sin duda supera a la técnica y el arte de cualquiera: la luz y el asombro de estar vivos me imagino, y querer decirlo y defenderlo de algún modo. Como sea.  

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