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jueves, 20 de febrero de 2014

Diario (24)

     20 de febrero, 2014.
 
   Ayer fuimos a ver el espectáculo de Alberto San Juan en Lavapiés. Un monólogo de casi dos horas, pero muy divertido y afilado, ni me enteré del tiempo hasta que salimos. Todo lo parodiaba, desde sus piernas a su carrera de actor, cosa que no se ve a menudo en el gremio, pasando por Franco, el Rey, Felipe González y Aznar, con caricaturas de alto voltaje y mucho fondo. El guión, suyo también, es una maravilla: con apenas una mesa, un flexo y seis o siete libros en escena consigue mantener al público hipnotizado y muerto de risa, con temas que en realidad son casi para llorar a poco que uno los piense.

  Uno de sus blancos recurrentes es el PSOE. No las chancletadas de Zapatero, que caen por su propio peso, sino toda la ingeniería del último franquismo y la primera transición para construir un partido supuestamente de izquierdas que lograse aglutinar y frenar todo el enorme peso social que entonces tenía esa tendencia. ¿Cómo es posible que una formación con apenas mil simpatizantes en el 74 llegase en poco más de tres años a ser la segunda opción en votos del país, y una avasalladora mayoría absoluta de 202 diputados en otros cuatro? ¿Gente muy maja? ¿Magia? Como cualquiera con dos dedos de frente puede comprender tal cosa no era posible sin una adecuada financiación, puesto que la fuerza que había sustentado la losa de la clandestinidad y la lucha contra la dictadura en esa orilla, y que por lo tanto tenía el apoyo "de la calle", digamos del proletariado, había sido el PCE, y no ellos. No sorprende que la socialdemocracia alemana enviase fondos, aunque que lo hiciesen los EEUU de Kissinger ya resulta más chocante, y saber que fue un oficial del ejército franquista quien escoltó a González hasta el Congreso de Suresnes roza directamente el delirio. ¿Militares de la época protegiendo y hasta sirviendo de chóferes y cicerones a líderes socialistas? Que no se enteren en Intereconomía porque menuda turra iban a dar. Lo del "caso faisán" peccata minuta.

   Se habían achantado un poco con la Revolución de los Claveles, que tuvieron que abortar (con perdón) siguiendo una estrategia parecida. O sea, trayendo del exilio a socialistas de pro que impidiesen la evolución hacia el socialismo, que empezaba a parecer imparable y que incluso el propio Kissinger quiso detener en algún momento "a la chilena", pañando metralla con su medalla de Nobel - si bien le hicieron razonar y buscar alternativas menos arriesgadas... Un Partido Obrero con truco pero sin sorpresas desagradables era la idea, imprescindible en cualquier democracia liberal. ¡No salga a las urnas sin él! Cuesta muchos miles de euros, sí... unos claveles de esos en los que hay que tirar de tarjeta... Claro que evitar que la chusma te nacionalice la banca y otros medios de producción no tiene precio.

  Pues aquí algo parecido... Más vale prevenir que luego currar. Bastaba con atar los cabos y un poco a los generales y la continuidad estaba servida. Mantener el escenario y el libreto de la libertad, y simplemente cambiar a los actores. Esto es algo que, tristemente, sí que se ve a menudo en el gremio.

 


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