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miércoles, 22 de enero de 2014

Diario (16)

22 de enero, 2014.

   Cuando ayer hablaba del clima, obviamente no me refería solo al clima. Cierto que con la edad voy prefiriendo cada vez más los días de sol, siempre que no sean bochornosos en exceso; un sol tirando a septentrional o de septiembre, templado, más sobre un paisaje verde o marino que árido. Pero al hablar de la claridad, de la luz, se trataba de un posicionamiento no tanto meteorológico como estético, y referido fundamentalmente al contenido más allá de la forma. A la belleza que revela - o rebela - en lugar de la que oscurece. A la que nos recuerda la urgencia de curarnos y vivir mejor. Sencillamente.

   Desprecio sobre todo la palabra que ampara la crueldad y hasta la justifica. No digamos ya la que se regodea en ella. Las excusas biológicas, históricas o bíblicas para hacer el cabrón, para someter a toda clase de vilezas al más débil, alegando que se trata de una esencia humana o un mal menor, cuando no de un derecho económico o una fuente de beneficios... Ese tipo de intelectual con tanta supuesta clase, y tan poco magisterio, es el único quizá que sinceramente me repugna. Los que para tener razón necesitan robársela a otros, amilanando con citas más que iluminando conceptos. La maldad no es otra cosa que la peor manifestación de la estupidez, la más violenta y taimada... pero nada más. No hay ninguna sabiduría en ella, ni nada que aprender de esa extrema ignorancia por mucho que se extiendan o giren argumentos. Las maravillas de la ambición; la guerra como impulso al desarrollo industrial y financiero; la sempiterna "lucha por la supervivencia" de las especies... ¿Pero es que no se han dado cuenta de que el planeta está a un paso de explotar con todos dentro? Hace falta ser gilipollas profundo, vamos...      

   
 

   

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