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jueves, 12 de diciembre de 2013

Diario (9)

12 de diciembre, 2013.

   Estos días han sido muy comentadas las declaraciones de Rajoy en Sudáfrica, a propósito del funeral de Mandela. Como siempre chambonas, sin un ápice de gusto, ni de tacto, ni de vista... sin el menor de los sentidos en realidad. En un entierro lo correcto y hasta lo cordial si cabe es ensalzar las virtudes del difunto, no las de tu equipo de fútbol. Evocar algún recuerdo en común si lo hubiera, o algún acto notable del homenajeado. O sino, joder, que algún asesor redacte un panegírico diligente del dirigente, lo lees con el rostro muy serio y ya te has portado como un señor. No te engolosines en los goles de tu país que quedas como la gocha; peor aun que el falso intérprete para sordos que salió con Obama, que por lo menos hizo reír al respetable cuando se descubrió el pastel.

   Dentro de los eslóganes vacíos de contenido que suelen usarse para vacilar a las masas el patriotismo de cafetería es siempre el más socorrido, eso es verdad. ¿A quién no le gusta sentirse el más español del chiringuito, pegar un puñetazo en la barra y pedir a voces fusilamientos para los flojos o cualquier cosa que rime y otro chupito? Solo personarse en alguna dependencia administrativa a montarla, a achantar pero bien al del mostrador, lo supera. Vestido de chulapo y diciendo "cotización" así con acento castizo, sílaba a sílaba y soltándole al oficinista pringado perdigones de saliva al cecear. Pertenecer a la vanguardia de la hispanidad bien entendida, decente y de centro, así escorada hacia El Escorial, es algo que tienta a cualquiera, y de ahí que sea el recurso fetiche para hacer que el personal comulgue con hostias o ruedas de molino: convertirlos por encantamiento en gigantes.

   Cervantes fue pobre como una rata. Un desgraciado que las pasó canutas. Se fue a Italia porque había pinchado a un tipo en una bronca - le iban a cortar la mano derecha, qué cosas -, y en Lepanto combatió en un pequeño esquife, sirviendo con fiebre, vómitos y diarrea, una disentería de agárrate, hasta que le hirieron y perdió la izquierda. Igual les pasó a miles ese día. Los alaridos debían de ser atroces, aparte de los cadáveres flotando, la cabeza del Alí Pachá en una pica y toda esa casquería tan gloriosa por ahí esparcida. Si sacasen hoy las imágenes en el informativo la gente devolvería la pasta; tendríamos que girar la cabeza de la repulsión, del asco. Luego el cautiverio, que tela. Como para echarlo también en la tele. Tormentos, vejaciones, palizas, y el tío intentando fugarse a toda costa, escondido como un topo hambriento en ella. O a veces deambulando por el desierto sin un mendrugo ni cobertura siquiera. "¡Malditas compañías...!". Y para colmo el mítico cura exaltado acusándole de cometer "pecado nefando" allí en los baños de Argel. Llegar al hogar y que te quiera llevar a la hoguera un cuervo del dieciséis untado, qué cosas, con un tarro de manteca; que pagues porque te han dado por el culo, vamos. Librar por los pelos y después pasarse los días esperando ya no digo mercedes, sino pequeños empujones que nunca llegaban. No se enrollaron ni para que pudiese enrolarse rumbo a las Indias. Ahí encerrado, escribiendo La Galatea y sobreviviendo malamente en el teatro de este país. Si alguien llega a cantarle aquello de "¿Qué le estará pasando al probe Miguel, que hace mucho tiempo que no sale?", posiblemente hoy no tendríamos novela universal alguna. Se habría quedado colgado de la golilla como otros de las goleadas. No es extraño que fuese alguien con semejante biografía quien logró captar mejor que nadie el verdadero espíritu de este país. Hasta qué punto se nos va la pinza pretendiendo ser caballeros y viendo grandes hazañas donde no las hay.


 

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