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jueves, 5 de diciembre de 2013

Diario (5)

5 de diciembre, 2013.

   Uno de los libros que tengo sobre la mesita en estos momentos es "Las peregrinaciones de Childe Harold", de Lord Byron. En la primera parte, o Canto, vale, habla de España, y varias conclusiones a las que llega son: 1) que es un país de gente noble, a excepción de la nobleza; 2) que cuando los señores huyen, mueren los vasallos fieles a los cobardes y los traidores; y, 3) que idolatramos a una patria a la que solo debemos la existencia. Las citas son más o menos textuales, y si las aireo es porque al ser un Lord supongo que tiene inmunidad para no ser detenido y multado por vejar al país si es que vuelve a viajar a él, cosa que no parece probable - que retorne, se entiende. También porque son muy sintomáticas de uno de los males seculares de esta tierra - y en aquella época sobremanera - que desde luego no pasa desapercibido a cualquier turista de neurona ilustre: la escasa o nula capacidad de su (nuestra) clase dirigente, y no solo de la llamada cabeza, sino también de sus troncos y extremidades.

   Últimamente la nueva aristocracia, la económica, se queja hasta la extenuación de la falta de competitividad y preparación de los trabajadores. Nos repiten como un mantra que somos unos mantas, haraganes, codiciosos, inflexibles, soviéticos incluso... lo que se les pase por la chola después de los chupitos. El tejido empresarial se desmorona y la culpa es de los celadores sanitarios; de las pérfidas planchadoras de maternidad. Si en los bancos se supone que hay montante a raudales, pero luego se descubre que no, ¿quién además del infame profesor interino de química puede estar implicado? Todos tuvimos uno y sabemos cómo se las gastan con los fluidos; cómo hacían que se evaporase la liquidez mágicamente allí en sus laboratorios de científicos chiflados. Pensar que los máximos responsables oficiales del tinglado deberían ser en la práctica semejante cosa es un desvarío. Ellos manejaban la información secreta para otros, diseñaban las estrategias de gestión, controlaban los balances pormenorizados y previsiones y daban las instrucciones a diestro y siniestro... pero al parecer el problema era el maquinista del metro, que no medía bien. Se le iba la olla en vacaciones al pobre y les descuadró los cálculos en tropecientos mil millones. Les hizo perder la cuenta con esa cegadora camisa de palmeras que se puso en el Caribe.

   Aquí, cuando se acaba la inversión piramidal, empieza la pirámide invertida. Unos la cagan y los descuidados, los ineptos, resulta que son aquellos a los que les cae la mierda encima. Los señores se escaquean y los vasallos pagan: indiscutible. El punto tercero se había ido atenuando un poco con los años, es cierto... Aunque ya lo van a regular.

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