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miércoles, 4 de diciembre de 2013

Diario (4)

4 de diciembre, 2013.

   Nunca había tenido animal de compañía, salvo un pez que compré en un arrebato: Sócrates. Traté de hacerlo bien, de alimentarlo correctamente quiero decir, cambiarle el agua como me había indicado el de la tienda y todas esas cosas, pero lo cierto es que no duró mucho. Una mañana me desperté y estaba despanzurrado flotando en la pecera, como una especie de gargajo naranja. Lancé un lánguido suspiro, como los románticos, y fui a tirarlo por el váter. Eso era todo lo que sabía sobre mascotas, teniendo en cuenta además que Sócrates no era especialmente comunicativo - o tal vez yo no lo entendía cuando abría y cerraba la boca, que debo reconocer que lo hacía con frecuencia. En cualquier caso no llegamos a tener una relación muy cercana, interactuábamos lo justo, y recuerdo que en algún momento hasta me arrepentí de haberlo comprado; no por las molestias, que eran insignificantes, sino más bien porque no acababa de comprender qué hacía aquel pobre bicho allí, en un frasco con ínfulas y sin una mínima decoración de corales.

   El caso es que, desde hace algún tiempo, convivo con dos gatas y un gato. Cañeros además: una gorda obsesionada con que le abran el grifo, desde las seis de la mañana hasta las doce de la noche, y un retaco camorrista más malo que la madre que lo parió; un punk que sacamos de un motor donde se había quedado atrapado, que ya hay que ser notas. La tercera es la más serena. Se llama Sola y hace honor a su nombre, porque así es como le gusta estar, cosa que entiendo perfectamente. Por lo común se subía al respaldo del sofá, igual que una pequeña gárgola, y allí se pasaba horas como en trance, oteándolo todo sin moverse ni un milímetro a no ser que alguien se pusiese cariñoso con ella, en cuyo caso se le disparaba la zarpa como si tuviese un resorte. Era como una hare krishna con mala hostia, pero al menos se comportaba con cierta sensatez. Claro que desde que llegó el nuevo fichaje, el enano, anda revolucionada también. Las dos lo están, cada una a su manera. Llevaban una vida de señoras florero, del cojín al chorrito de agua fría abierto por el mayordomo calvo o ahí practicando el budismo agresivo, sin la menor turbulencia en sus rutinas. Solo les faltaba la mesita con pastas y té gatunos y la partida semanal de perseguir la pelotita por el patio. Y de repente, claro, aparece de la nada un bandarra con rabo de escobilla a comerles el pienso y la moral y se monta pero fina. Anda por ahí agazapado el cabrón, las acecha escondido como si estuviese de caza y cuando pasan les salta al cuello a morderlas igual que un vampiro psicótico, unos ñascos que meten miedo, y ahí empiezan ya todos a sacar las uñas y a bufar en alto que más que un salón parece un documental de la dos lo que tenemos. Maullidos desconsolados, acrobacias en los muebles, reyertas con garras blancas. Sola ya tiene una paranoia severa: lo diquela todo por si intenta tenderle una emboscada el díscolo, y me parece a mí que lo de la paz espiritual va a tener que aplazarlo a otra de sus siete vidas, porque de momento se le jodió el zen y hasta la cena como se despiste. Así andan... Lo llamativo para mí es que poco a poco empiezo a interpretar sus movimientos y hasta sus sonidos, las distintas modulaciones y tonos. Por supuesto sé cuál miaga y casi casi lo que quiere. Lo que dice, si es que se puede decir así. Este nivel de comunicación con los animales es algo nuevo para mí; antes un gato me parecía esencialmente lo mismo que otro gato, no apreciaba diferencias sustanciales en sus comportamientos, pero el comprobar en la práctica (científicamente es ya una perogrullada a estas alturas de la biología) que todos tienen un carácter muy marcado y consecuente, experimentarlo por mí mismo y a diario, está siendo una vivencia muy curiosa que aún no sabría muy bien cómo calificar. Diría que enriquecedora de no ser por el precio que le ponen a su comida y el ritmo de autómata al que zampa la gorda, o los cuidados veterinarios y etcétera. Pero hermosa seguro, aunque me despierte cagándome en dios muchos días. Al final les quieres como son, sin trampas.

   

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