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miércoles, 24 de abril de 2013

Mis tiranos favoritos (20).

     LEOPOLDO II
     (Primera parte)

     Fue el segundo rey de la dinastía además del segundo Leopoldo. Bélgica era un territorio de creación reciente entonces, independiente desde mil ochocientos treinta, y a su padre le había tocado la corona como si fuera el perrito piloto. Su prima, la Reina Victoria del Reino Unido, decía de él que era "muy raro". ¡Pues anda que su hermana Carlota, Majestad! Loca declarada y de remate, la Emperatriz de Méjico se creía nada menos; ataba gallinas con un cordel a las patas de las mesas para que no la envenenasen 'los infiltrados' y en fin... que daría para un capítulo aparte y hasta para varios tomos de disparates. Su esposa tampoco es que anduviese muy fina. Le gustaba dirigir cargas del ejército en las maniobras y amaestrar caballos, a los que enseñaba a subir y bajar las escaleras de palacio. "Muy raro", sí, claro... pregúntele al servicio doméstico. A las mozas, las chachas, por los chochazos que liaban. Claro que el de Leopoldo ya fue exagerado, podría decirse que se pasó cuatro pueblos y hasta miles de aldeas. Para empezar quería una colonia. Pero no una eau de toilette de esas - o en todo caso sólo para quitar el hedor de las pitas de casa - sino una colonia con huevos, como el champú, que el tolete ya lo pondría él después. Bélgica le parecía un país un poco enclenque, esmirriado y sin esbirros como dios manda, aparte de que colonizar estaba de moda y daba sus buenos cuartos, duros a paladas. Que se había encaprichado, vamos. Trató de comprar unos lagos en el delta del Nilo para drenarlos y reclamar las tierras, pero nada. Indagó precios en Abisinia, en la provincia argentina de Entre Ríos, por la isla de Martín García (¿A quién pertenece esa isla? ¿Se podría comprar y establecer allí un puerto libre?), y hasta pujó por las Fidji. Mantenía correspondencia con un abogado llamado Money (sí, así) con el que intercambiaba pareceres sobre grandes pelotazos, y aunque estaban muy de acuerdo en cuestiones fundamentales, como que los trabajos forzados eran el único medio de civilizar y elevar a esos pueblos corrompidos e indolentes, y que en suma ordeñar bien no era otra cosa que dar buenas órdenes, luego fallaban los cimientos, la base, lo que viene siendo el sitio donde establecerse para sablear a placer... Porque a esas alturas ya estaban casi todos cogidos, no te jode el espabilado. Así empezaron quizá los chistes de belgas en ciertos foros. Como los de Lepe pero sobre Leopoldo.

     Acabó fijando sus ojos en el África ecuatorial, donde aún quedaban zonas vírgenes y con indígenas de paquete. Andaban por ahí en canoas de troncos, con las bolas balanceándose y como embrujados con el animismo: pigmeos mitológicos, lolivas de negra oliva, bompopos pomposos, otros como kubas... un batiburrillo de tribus en chichas y sin cepillar todavía. Vaya chollo: más tontos que Abundio y con marfil en abundancia, y luchando con lanzas además. Había que hincar el colmillo en esa finca como fuese, morder a dolor y medrar a lo grande. Claro que tampoco podía marcarse en exceso. Era preciso disimular. Por el qué dirán primero, aunque estaban guapos los otros para hablar, y sobre todo para que no le pisasen los terrenos, que era en realidad el mayor riesgo. Como oliesen dólares adiós, que menudos lebreles tenían la prima Victoria y el resto de la tropa cuando les daba por poner sus propios sátrapas. De modo que montó una sociedad filantrópico-tropical, la Asociación Africana Internacional. Con fines científicos de altura y también altruistas: liberar a los oriundos de la esclavitud árabe antes de meterles el clavo. Mejor imposible, haciéndose ahí el justiciero impasible. No le faltó más que silbar. Organizó un buen sarao en el país, una reunión, ¡una Conferencia!, de geógrafos y exploradores avanzados. ¿Es necesario decir que, al traerles a Bruselas, no me he guiado por ningún egoísmo?, así, sin cortarse. Discursos cursis. Incluso adecentó el palacio para acogerles. Fuera gallinas, fuera caballos... ¡equinos aquí no!. Puso a los sirvientes a dormir en armarios roperos para hacer sitio. Pregúnteles. Todo un trasiego: tinta y papel del culo rojos, siete mil cirios encendidos en el recibimiento... fotos enmarcadas en oro y condecoraciones de Leopoldo para regalar de largo. "¡Como no amortice me voy a cagar hasta en la ruta virgen!". Por lo pronto le eligieron Presidente del tinglado, aunque sólo faltaba. El asunto se anunció bien en prensa y recibió el aplauso de todas las naciones con periódicos. Era un héroe, un benefactor que no buscaba el beneficio. No mucho después entró en contacto con Henry Morton Stanley, el de Linvingstone supongo. Un trolero descontrolado, otro, ni siquiera se llamaba así y sus invenciones y jartadas merecerían también capítulo aparte, como las de Carlota, aunque hay que reconocer que era un viajero con coraje. No sólo había encontrado al famoso doctor escocés y otras mil peripecias más o menos veraces, sino que había conseguido navegar el río Congo en una expedición de cine. Con ataques de serpientes deletéreas, hipopótamos y otros bichos indeletreables, nativos detrás de él; gente pasándose de vueltas hasta para internarse en la jungla solos con un loro, o que sencillamente no volvieron... Un novelón. Le encandiló y se apresuró a contratarle, ya sin delicadezas. Con argumentos muy francos: 50.000 al año. Tenía que ir a hacer caminos, conseguir brazos para desbrozar, talar, instalarse... esas cosas. Y estafar a los de la máscara y la maraca de los hechizos para empezar a chorizarles. "Es indispensable que compre [...] tanta tierra como pueda obtener y someta [...] Si me hace saber que va a ejecutar estas órdenes sin demora, le enviaré más gente y material. Quizá culis chinos". Claro que sí, curris asiáticos si hacían falta. Ponerlos a construir o tricotar sin límite y a base de estaca, chupado. Lo importante era no confundir los papeles, sobre todo con los que usaba en las alocuciones públicas. Seguir por lo segado.

     Formó otro conglomerado de espejismos: la Asociación Internacional del Congo, y puso a su nombre hasta el último rincón, incluidos los derechos soberanos y de gobierno y la obligación de ayudar con su trabajo o de otra manera a cualquier obra. Los jefes aborígenes ni se enteraban del entramado, les daban unos abalorios o un metro de gamuza para limpiar los cocos y tan legal: "Tú pon aquí el dígito que el resto ya lo dirijo yo". El chanchullo era tan indigno, tan inmundo, que de entrada ni siquiera se atrevió a validarlo judicialmente con el resto de países europeos; recurrió a los EEUU en primera instancia, que para este tipo de pitotes siempre son más resultones y resueltos. Su hombre allí, Henry Shelton Sanford, era un empresario gafe y lamebotas conocido, pero hábil con el cabildeo. Un celestino cumplidor. Contaba además con el entusiasmo del Presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, John Tyler Morgan, un ex general confederado empeñado en devolver a los negros a sus lugares de procedencia: Filipinas, Hawaii y Cuba según él. Cuando oyó hablar del Congo se le hizo el culo coca-cola, casi sonaba como "c'mon go"... Total, que consiguió que el Congreso de allí reconociese la Asociación como un gobierno amigo y los derechos sobre las tierras "compradas", y aun sobre las "vacías". Sobre todo... Libertad sin IVA, como dice la canción. A partir de entonces fue más fácil camelar a las naciones del entorno. Hubo que hacer algunos malabarismos - nadie conocía en realidad los contratos reales, y Bismarck, que era otra buena comadreja, se olió el timo a kilómetros, sólo con hojear los documentos edulcorados que se les entregó. "¡Fantasías!", garabateó en los márgenes. Pero en definitiva tragaron. Los belgas estaban a cuadros con los acuerdos, ni pinchaban ni cortaban. Leopoldo con sus validos les trataba como a borregos y por lo pronto casi ni se enteraron de lo que se cocinaba. Porque en resumen su rey se había hecho con un "estado independiente" del tamaño de Europa occidental, una extensión monstruosa, a través de su única compañía; y además con potestad legislativa, un himno nacional titulado "Hacia el futuro" y su propia bandera de propina: una estrella dorada sobre fondo azul... sólo una. "¡A ver quién es el primo que se ríe ahora!".

   

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