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viernes, 1 de marzo de 2013

Mis tiranos favoritos (15).

     JORGE UBICO CASTAÑEDA

     Algunos le describen como un "liberal autoritario", y de hecho llegó al poder encabezando las listas del Partido Liberal Progresista. Él en cambio se veía más como Napoleón; afirmaba tener su mismo perfil, por no decir su misma jeta, y todo el palacio estaba decorado con bustos y cuadros del corso, siempre tan socorridos. Aunque es cierto que se esforzó en aplicar las llamadas (al menos hoy en España) políticas liberales, sin cortarse un pelo con los tijeretazos a derechos e izquierdos. Redujo a lo neandertal el gasto público, eliminó la autonomía de las universidades, reformó la sanidad (consideraba que los hospitales eran para maricones, en algunos ni siquiera había algodón y a la gente se la atendía en el suelo de los pasillos) y otorgó a los dueños del café y los chiringuitos bananeros licencia para matar, igual que si unos fuesen ceroceros y los otros cerotes. También sacó una ley "contra la vagancia" para fomentar el pleno empleo, que consistía en condenar a trabajos forzados a la gente sin oficio ni por supuesto beneficio. De ese modo, aparte de arreglar el sindiós de los indios, se hicieron numerosas carreteras sin falta de tirar de cartera, y sus buenas perras se ahorró con lo del asfalto a mano armada. En cuanto a eso de autoritario no sé... supongo que se refieren a que militarizó a los empleados de correros, a los escolares y la orquesta sinfónica, porque por lo demás todo era modernidad. Un paso adelante... ¡¡Ar!!

     No simpatizaba con los "hombres de pluma" en general el general. Consideraba a poetas y escritores gente vagabunda y mal intencionada - y en cuanto a los otros pues los enviaba por la vía rápida a uno de sus centros de salud, claro está. Aunque el repelús era extensivo a todo tipo de palabra o pensamiento escrito. Tenía una viciosa afición a quemar libros y legajos, piromanía con los ejemplares, hasta el punto de que en una ocasión ordenó una incineración masiva de archivos. Cuando fue invitado a visitar la Biblioteca Nacional se negó a asistir alegando que había que subir gradas. Era mucho más práctico prender una hoguera y subir los grados: economizar con cenizas. Además sentía una verdadera repulsión por los ladrones, radical. Una vez recibió al licenciado H. Abraham Cabrera, ex ministro del General Orellana, y se lo tuvo que decir... ¡se lo tuvo que decir!... "Todos los ministros de Orellana fueron unos ladrones". Así se lo soltó, sin vaselina. Y no hablaba en broma: hasta su secretario aseguró en sus memorias que era una compulsión auténtica lo suyo con lo de sisar. Cabrera se quedó casi petrificado y le respondió: "Ud. también fue ministro de Orellana". Técnicamente estaba en lo cierto, pero de todos modos Ubico le dio de hostias, me figuro que por un impulso de la fobia, o para que se fuese ubicando pero bien el licenciado huevón. El tercer grupo al que odiaba sin atenuantes era el de los contestatarios, y en especial a los comunistas. Claro que en esta clase de perfiles digamos muy napoleónicos eso es algo que viene de serie, además de ir en serio. Los consideraba una caterva que contravenía las leyes universales del comercio y la ventaja - aparte, por supuesto, de las suyas -, y no veía más solución que la de aniquilarlos o llevarles con los maleantes de la vagancia a esparcir alquitrán gratis. Ponerlos ahí bajo el sol guatemalteco a gratinar, a ver si se les quitaba la tontería contra natura; que una cosa era dejar que medrase el mercado libre y otra muy distinta permitírselo a los de los libros marcados.

     Tenía ciertas ínfulas de Salomón para resolver conflictos domésticos, casos polémicos de herencias, etcétera. A veces, hay que reconocerlo, con bastante perspicacia, como cuando a dos hermanos que discutían por la partición de unos terrenos les sentenció: uno que divida y el otro que escoja. Afirmaba que su justicia era la de dios, aunque ésto ya me parece una exageración. Cuando le daba el siroco abofeteaba a los acusados en su propio despacho, achantaba a los litigantes sin elegancia y hasta consiguió durante una audiencia que una maestra llevase a cabo una necesidad fisiológica a base de improperios y bramidos. Creo que es más exacto lo que declaró ante un periodista: "Recuerde que soy como Hitler y los japoneses. A mis enemigos los pongo contra una pared, los fusilo y después inicio el juicio".  Todo el mundo sabía que en realidad la mejor manera de que un proceso avanzase sin sorpresas así era enviar a una chica muy joven para encandilarle. La hermana, la hija, la prima, la sobrina, la nieta... lo que hubiese por casa. Aparte de hacer de Salomón ocasional también le gustaba zurrar la trucha, con más frecuencia, y muchos seguían el juego sólo para ahorrarse las tasas y honorarios de juristas en las gestiones, simulando broncas en plan cabrón con la más inocente y cenicienta de la familia. Mano de santo como se suele decir. Entre su personal más próximo había una "conseguidora" oficiosa, una especie de celestina. La Maciste la llamaban, una tiarrona de casi dos metros de estatura y pinta de Frankenstein cuya afición era componer marchas fúnebres. "Mater dolorosa" fue su single. Menuda tanqueta. Andaba por ahí con el pistolón al cinto y dándoles nalgadas a los más negligentes; nalgadas genuinas, tumbándolos en sus rodillas como a críos llorones a los criollos. Y sí, vale, era lesbiana... ¡aunque podría no haberlo sido! Hacía los apaños para empañar virtudes. Les sorbía la chola a las chorbas del gusto de Ubico con ofertas jugosas, discretamente pero a discreción también. No siempre con éxito, eso sí. Algunas se resistían a sus invitaciones y hasta a sus envites más tentadores. Una en particular rechazó primero un coche último modelo y luego un piso amueblado y una granja que le ofrecieron para granjeársela. Por lo visto estaba enamorada como un colibrí de un alto cargo del gobierno, y le guardaba el virgo o al menos fidelidad. Ubico entonces hizo que lo destituyesen. Sin más colorines ni colorados. Le dio la carta de los descartes y se buscó un sustituto y me imagino que una prostituta también. Al tipo le acusó de "no ser liberal".


   
   

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