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lunes, 14 de enero de 2013

Un poema de Antonio Rigo.

Madrugada del sábado.
Mi hermano entra en el comedor
con las venas abiertas.
Mi padre y mi madre duermen.
Hay sangre por todas partes,
en el pasillo en el baño en las mesas.
Hay sangre por todas partes,
en su cara en mis manos en las camisetas.
Cojo dos toallas y
se las abrazo ato aprieto a cada brazo.
Ayúdame, dice. Mi hermano pequeño.
Es un toro herido
es un corazón partido
es un alma ensangrentada.
También me he metido 37 pastillas
murmura, por dios por lo que más quieras
no te duermas, ahora no te duermas.
Y despierto a mis padres y con madre
no vamos hacia urgencias, no te duermas
por lo que más quieras no te duermas.
Le curan y cosen las heridas.
Le hacen un lavado de estómago.
En la habitación mi hermano duerme azul
el sueño del suero y los tranquilizantes.
Mi madre está sentada junto a él,
una mano en su frente otra sobre una venda.
Es una virgen pálida que llora al hijo
tumbado en una cruz inmensamente blanca.
Yo estoy en pie
junto a la gris ventana y
los turbios cristales.
Intuyo la luna roja
la noche oscura y
el asesinato del amor.
El río envenenado de mi hermano.
El bosque incendiado de mi hermano.
El toro joven herido de mi hermano.
Me lamo la sangre seca de mis manos
dibujo un suspiro en el aire y
pienso brutalmente en ti.

(Antonio Rigo: "masticando adelfa (OBRA REUNIDA 1991-2011)", ed. La Baragaña, 2012, pp. 90-91).

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