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lunes, 7 de enero de 2013

Mis tiranos favoritos (8).

     BOKASSA I

     Bokassa I fue el apócope, el apodo de todopoderoso, ya que su verdadero nombre, con todos los troncos del árbol genealógico, era Jean Bedel Mindongon N'goundoulou Dondagdokanda Sesekelebolta A Da Diaye A Da N'zou A Da Zolavo A Da Kongue A Da Gagoula A Da Mohauzo A Da Zini A Da Dabogu Gbokossegoto Bokassa. Suerte que era rico porque si no a más de un guardia civil podría haberle entrado el siroco tecleando por triplicado. Y de lo más gallardo también, todo un figurín de uniforme. Llevaba tantas condecoraciones, las que él mismo se concedía y las que le daban de souvenir al salir de viaje - oficial no, superoficial -, que el sastre tenía que poner refuerzos tipo armadura para que la tela no se rasgase con todo el peso de su gloria. Como para que le hubiese salido una chepa con tanta chapa vamos. Pero con la pechera ya bien parcheada y recia y su casco de tribuno de la tribu estaba como para jalarse la posteridad de un ñasco. Con ese apellido además, que algunos hasta llegaron a pensar que era caníbal de la impresión; que les iba a masticar hasta con la onomástica. Para la entronización encargó una réplica del traje del mariscal Ney. No se creía Napoleón pero casi. Usó cetro y corona de medio kilo, de medio kilo de dólares de los de entonces, idénticos a los del corso. Toda la ceremonia en realidad, con sus bártulos y bataholas, fue una imitación de la de Bonaparte en Notre Dame, un suceso digamos sucedáneo. Con la excepción de que a Bokassa se le olvidó quitarse los laureles imperiales de la cabeza antes de ponerse la boina real y tuvo que repetir la jugada. Moviola, como decimos en Asturias, porque así no le encajaba ni haciendo fuerza.

     Por lo demás todo en orden... sólo se jodió el aire acondicionado. Unos quince de los treinta caballos de pura raza normanda expresamente traídos del Haras du Pin para la ocasión cascaron por el calor, uno de ellos en mitad del desfile, rodeado de letras "be" gigantescas. Parecía una versión gore de Barrio Sésamo el tinglado. Todas las casas reales del mundo declinaron la invitación a asistir, salvo el Príncipe de Liechtenstein y quizá el de Beckelar para los postres. El Vaticano excusó la ausencia del Papa diciendo que era demasiado viejo para el viaje, que a ver si se iba a empapar de más con el bochorno, y hasta sus compadres Mobutu y Bongo se quedaron en sus países, de pura vergüenza ajena. Sólo el Himno de la Coronación sonó triunfante: "El sucesor de Clodovico el Grande, / De los héroes de Grecia y de los galos, / De Carlomagno y de San Luis, / De Bonaparte y de De Gaulle / Es Bokassa, Caesar Augustus...". A bailar a bailar a bailar, alegres africanas... Para la pitanza se trajo entre otras exquisiteces un quintal de caviar, que es que ni cabía, y un pastel verde de siete pisos no identificado. Un horni. Los franceses, que colonizaban por allí en la sombra, ya se olían el ridículo atroz. Para empezar, ni siquiera comprendían del todo que el títere bocazas ese mutase en emperador napoleónico así de sopetón. No daban crédito, en todos los sentidos. Claro que entonces Bokassa amenazó con hacerse musulmán. Que se cambiase el nombre por el de Salaheddin Ahmed Bou Kassa, que era el que había escogido, no les intimidaba; casi mejor que el otro, más cortito. Aunque cuando ya se lanzó a quitar los croissants de los estantes y a poner medias lunas desde la bandeja a la bandera la cosa se volvió más turbia. Al final los francos le prestaron los francos para el engendro. Sabían que se movía a chispazos, como cuando se le pasó por el cacumen hacer una ciudad diminuta para los pigmeos. Cogía la ola según le venía, sin mirar y hasta sin mar. De modo que le llevaron de presente un genuino sablazo decimonónico y una fanfarria tronante enviada por el GLAM (Agrupación de Enlace Aéreo Ministerial) para dar glamour en el acto, y listo. El que no se divirtió fue porque no quiso. Que allí había a long some fun de la patríe para partirse.

    Le acompañaba la Emperatriz Catherine. Como cristiano ejemplar y devoto de la virgen que era, salvo por el desliz del islam, Bokassa había prohibido la poligamia por decreto. Quizá habían influido también en semejante decisión sus más de setenta esposas y las no se sabe cuántas amantes que tenía por ahí amontonadas. Era un seductor infalible: primero secuestraba, luego violaba y, en ocasiones, si había ido bien la cosa, se casaba. Se construyó una robusta fama de Casanova y casas nuevas como para alojar a diez regimientos, que sumando a los hijos puede que hasta los tuviese a su cargo. Culo veo culo quiero, así funcionaba lo suyo. Se le hacía agua la bokassa. Le pasó hasta con Brigitte Bardot... Y a quién no, vale, aunque en su caso no se cortaba lo más mínimo para lanzarse a morder. Tenía menos tacto que los caimanes de su particular foso. A la famosa actriz no se la podía forzar tan fácil, de modo que le envió un telegrama a París, a través de la embajada de la URSS: "la invito con los gastos pagados a mi corte de Berengo a fin de continuar su combate a favor de esos pequeños seres". Es de suponer que no se refería a los pigmeos locales, que con las chabolas de famobil ya iban a tener diversión para rato, sino a la conocida pasión por el animalismo de Brigitte - que se ve que no llegaba a tanto, porque rechazó la oferta. ¡Y eso que incluía un taburete en la corte y una piedra muy hermosa! Le faltó prometer que iba a soltar al león que tenía enjaulado tal vez. O mandar una foto de su enorme habitación con cama redonda de agua y espejos en el techo (¡y vídeo vhs!): juntos, mi querida artista lírica emérita, liberaremos a los espermatozoides oprimidos. Aquí mismo. Era, eso sí, igual que un cruce de Otelo y gallo de corral, celoso hasta decir basta, cosa que con semejante harén trajo no pocos quebraderos de cabeza. La de un chófer de la emperatriz por ejemplo, al que se la destrozó a bastonazos, y algunas otras de presuntos copuladores clandestinos que mandó abrir a hostias de cadena. Se gastaba más en espías para esposas que en sanidad, y así iba el país, claro. Según él era el papá de todos los centroafricanos, o sea que para qué seguir. Liadísimo estaba.


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