Etiquetas

viernes, 21 de diciembre de 2012

Mis tiranos favoritos (6).

     MAXIMILIANO HERNÁNDEZ MARTÍNEZ

     Creía en médicos invisibles, o quizá era sólo una excusa para recortar el presupuesto sanitario. Aunque parece ser que sí, porque una vez llenó San Salvador de luces de colores para espantar a la viruela. Cuando su hijo Maximiliano enfermó de gravedad recurrió a ellos; puso a calentar ahí en el patio de palacio, al sol, varias botellas azules llenas de agua y... en fin, no mucho más. Supongo que se las dio tibias o hervidas para que bebiese o algo, ni idea. Naturalmente se murió. Tenía, eso sí, un reloj de péndulo que le avisaba de si le habían echado veneno en la comida. Poniéndolo a dar vueltas sobre un mapa encontraba a los malos y tesoros piratas, un utensilio utilísimo. Podía además comunicarse telepáticamente con el Presidente de los Estados Unidos, aunque a veces recurría a medios más convencionales para no abusar de su paraciencia ni de la paciencia del otro. Por ejemplo cuando le explicó que no quería soldados negros allí. Temía sobre todo que pudiesen reproducirse ( se corría el inminente riesgo, dijo); que pensasen quizá que todos aquellos farolillos de colores eran para celebrar al patrono y andar por ahí quilando con los condones invisibles, y no una cosa seria, luces para la salud.

     Como buen militar de carrera que era llegó rápido a general. Luego entró en las listas del partido Pro Patria, de tendencia claramente propatriótica. Eran los más tajantes del bareto entonces en eso de paisar al prójimo, de los del puño en la barra. Sin concesiones, o sólo las justas vamos - a la fruitcompanys y cía y deja de contar. Había que salvar a El Salvador, ser más papistas que el Papa y si hacía falta llenar la capital de piñatas rotas pues se llenaba, cojones; pero allí ya no iba a cogerse un trancazo ni dios, ni a los marines negros de los machines que atracaban, que ya aborrecían tantos catarros y cotarros ciudadanos. En algo así consistía el programa, no estaba muy claro en realidad... y sin embargo ganaron. Maximiliano fue nombrado Ministro de Guerra y Vicepresidente, que de entrada no estaba mal; hasta que descubrió, claro, que Presidente vestía mucho más y fue haciendo las gestiones para permutar prematuramente con la ayuda inestimable de las fuerzas invisibles, que para cosas así parece que sí son eficaces que se matan. Era fan del nazismo, o al menos aficionado, y se trajo a algunos arios importantes importados para dar buen tono y color, ya que en esa época estaban de moda además. En 1938 nombró Director de la Escuela Militar a Eberhardt Bohnstedt, general de la Wehrmacht, que aunque resultaba difícil de pronunciar hasta por telepatía venía muy bien para pronunciamientos. Gimnasia alemana para todos, venga, y por supuesto fútbol, que no faltase. Porque se pueden discutir las medidas médicas de Maximiliano, cuestionar la lógica de su ideología y hasta dudar si sus neuronas funcionaban por impulsos sinápticos o dándole a la manivela, pero lo cierto es que ni siquiera a día de hoy se ponen en duda sus esfuerzos para favorecer el balompié en su país, abriendo campos donde no los había y dando apoyos por centenares para entrenar.

     Introdujo la Cívica y la Urbanidad como materias obligatorias en todos los niveles académicos. El adecentamiento corporal, la distinción entre seres humanos normales y anormales y el modo de conducirse en la mesa, en la sala y en el dormitorio, o bien en velorios y enterramientos, adquirieron casi la categoría de disciplinas autónomas - firmes -. Se estableció asimismo que cualquier persona que pidiese educación sería considerada comunista, o sea, muy desconsiderada. La patria estaba llena de gente con inclinaciones semejantes y había que poner orden a tanta ordinariez. Sólo para empezar, se llevó a cabo una operación de desinfección de desafectos conocida como "la matanza". Entre 15 y no menos de 30.000 de estos fenómenos, según las diferentes cifras, fueron debidamente reconvertidos en vertidos recónditos en pocas semanas; entre ellos el legendario Farabundo Martí. No todo iba a ser perfecto y se cometió el error de enterrarlos a escasa profundidad, lo cual provocó que las piaras de cerdos se disparasen para devorarlos, con el consecuente y muy imaginable problema de higiene. Como es lógico el Gobierno tuvo que intervenir para evitar la contaminación de los animales, que podrían haber llegado a ponerse más rojos que rosas también. Además se representó por obligación en todo el país, para salir bien airosos del impasse de la limpieza, la obra teatral Pero también los indios tienen corazón, una cocada. Hasta el péndulo delator se paralizó de emoción. Entonces aún no habían aterrizado en la zona, pero es probable que incluso los nazis, con lo envarados y maizones que eran en generales, hubiesen terminado por agotar la caja de kleenex soltando lagrimones de los gruesos y mocos rubios como querubines.





No hay comentarios:

Publicar un comentario